HOMBRE
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Blas
De Otero, Ancia.
Con Ancia, obra a la que pertenece la composición que nos disponemos a analizar, Blas de Otero aporta a la poesía desarraigada de posguerra uno de sus libros más representativos. Ancia es, como sabemos, la reedición aumentada de dos libros creados entre 1945 y 1950: Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia.
La gran mayoría de la crítica coincide en agrupar los poemas de Ancia
en tres bloques temáticos: poemas metafísicos, poemas amorosos y poemas que apuntan a lo
social, anticipando la siguiente fase de la trayectoria del autor.
Es evidente
que Hombre pertenecería al primero de estos grupos (poesía metafísica); pues este soneto es un grito ante
el sinsentido de la existencia. Una invocación a un
Dios sordo ante el dolor de los humanos, que nos recuerda, en su crueldad, al
Yaveh del Antiguo Testamento.
Atendiendo al
sentido y a los modos de la enunciación, es fácil distinguir tres partes en el desarrollo de esta
sustancia poética, típica de la literatura desarraigada.
El primer
cuarteto, en el que predominan las funciones expresiva y referencial del
lenguaje, aparecería centrado en la problemática individual del sujeto lírico.
El 2º cuarteto y el primer terceto constituirían una invocación
desesperada a Dios; el carácter referencial ha sido sustituido por
la apelación expresada a través del
vocativo, la pregunta indirecta y la interjección.
Finalmente, en
el último terceto el poeta retoma el tono expresivo y referencial,
en esta ocasión, con una vocación de totalidad, identificando su horror, el horror, en
general, como una condición inevitable de la existencia (esto es
ser hombre: horror a manos llenas).
Atendiendo a
los diferentes planos de la lengua, profundizaremos en los recursos formales de
que se vale el poeta para transmitir esta oscura visión de
Dios y del hombre.
Además de la rima
consonante, efecto rítmico propio de
la estrofa utilizada (soneto), cabe destacar en el plano fónico, la
superabundancia del fonema /r/ que confiere a la composición
una sonoridad bronca, ruda. Y, por otra parte, el uso, justo en el último
verso, de la entonación exclamativa, al
servicio de una expresión desgarrada.
En el nivel
morfosintáctico, lo primero que se nos impone es el claro predominio del
sustantivo sobre cualquier otra categoría gramatical. Nos encontramos, en consecuencia, ante una composición de gran densidad conceptual.
Resulta también evidente
el uso reiterado y abundante del gerundio. Esta forma verbal, por su aspecto
durativo, expresa la acción en pleno
desarrollo, sin atender a su principio ni a su finalización, contribuyendo a crear ese
sentimiento de tensión, de lucha
— luchando
es, de hecho, la primera palabra del poema— entre fuerzas opuestas que preside todo el poema. Esta misma
función tendrían los encabalgamientos abruptos
(clamando/ a Dios; tenerte/ despierto; hablando/ solo) que mutilan las
frases en muchas pausas versales, produciendo un ritmo sincopado que avanza
penosamente, a trompicones. Otro mecanismo rítmico presente en el soneto es el paralelismo, en el que se
reiteran, sobre todo, estructuras bimembres (cuerpo a cuerpo, noche a noche)
constituidas, en ocasiones, por elementos antitéticos, brutalmente contrapuestos (primer terceto), que subrayan
una vez más la lucha,
la agonía. Estas
reiteraciones sintácticas
unidas al polisíndeton, le
confieren, además, a la voz
del poeta un tono obsesivo.
En el plano
léxico-semántico, lo primero que podemos destacar es la utilización de un lenguaje sencillo, despojado
de cultismos e incluso, como veremos, tendiente a lo coloquial. Otro rasgo,
digno de comentario, es la truculencia de ciertos vocablos. Palabras como sajar,
arañar, ahogar,
cercenar, que podrían ser encuadradas en un campo semántico cuyo archilexema sería acciones de violencia física, contribuyen a la cohesión del texto e ilustran esa vena
tremendista, que en la poesía
desarraigada sirve para materializar un mundo de ruinas e injusticia.
Por lo demás, los recursos estilísticos concernientes al plano semántico son muy abundantes. Algunos
de ellos proceden por contraste, materializando la esencia conflictiva del
poema, tal es el caso de la sinestesia (arañando sombras), o el oxímoron (tu silencio retumbando).
Otros intensifican-amplifican ese sentimiento; así sucede con el pleonasmo (vacío inerte, sajas vivos), o la hipérbole (sed tengo y sal se
vuelven tus arenas: colmo del infortunio). A ellos habría que añadir la presencia de la personificación (luchando cuerpo a cuerpo con la muerte), y la metáfora, sobre todo esa
impresionante metáfora del
ser humano con la que se cierra el poema ¡Ángel con grandes alas de cadenas! Metáfora paradójica, como la esencia humana
misma, de múltiples
connotaciones, que constituye una especie de sumario de todo lo dicho
anteriormente, un ejemplo de lo que en
retórica se
conoce como epifonema.
Para
terminar, conviene hacer referencia a ciertas técnicas muy frecuentes en la poesía de Blas de Otero.
Una de
ellas es la cita en sus poemas de otros grandes autores, una cita que suele
darse reelaborada y distorsionada como puede ser el caso de ese ser− y no ser−, que recuerda de modo
indiscutible el Hamlet de Shakespeare.
Otra sería la desautomatización de estereotipos lingüísticos, la reelaboración de clichés propios de la lengua común (horror a manos llenas)
a los que les confiere sentidos inéditos.
Esta técnica es uno de los muchos
testimonios de que Blas de Otero, como todo gran poeta, reinventa en sus obras
el lenguaje.
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