LA CELESTINA
Adaptación de Alfredo Heras Sarrión
I.E.S. F. García Lorca.
Churriana de la Vega (Granada).
LA CELESTINA

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CRITERIOS DE ESTA ADAPTACIÓN.
No se nos escapa que las obras clásicas corren el peligro de no ser leídas ni entendidas
nunca, no solo por la distancia cultural que nos separa de ellas, sino, a veces, por la
obligatoriedad que marcan los programas o por las exigencias caprichosas de ciertos
profesores. Sabemos que el alumno suele tropezar con estas barreras y, a veces, la lectura de
un clásico provoca el efecto contrario al deseado consiguiendo que las obras inmortales nunca
sean saboreadas y lleguen, incluso, a ser odiadas y aborrecidas. ¿Negaríamos la visión de "Las
Meninas" a alguien, con la excusa de que es del siglo XVII? ¿Prescindiríamos de escuchar a
Beethoven, tan solo porque fue un romántico del XIX y hoy no se escucha en las discotecas?
Todo es cuestión de gustos, medida y de sentido común, de recibir el alimento necesario,
según requiera la edad y las circunstancias, para que nuestra nutrición cultural sea más rica y
provechosa. Si desistiéramos totalmente de explicar a los clásicos, también seríamos culpables
de sepultar para siempre un rico tesoro cultural transmitido durante siglos y de negar a
nuestros descendientes el gusto de saborear esos frutos.
Como sabemos que no se puede digerir algo para lo que nuestro estómago no está
preparado, permítasenos la comparación, presentamos ahora una "adaptación" de "La
Celestina", especialmente para los jóvenes de Bachillerato, con la esperanza de que siempre
puedan volver a la lectura completa de la obra.
Adaptar cualquier obra clásica corre varios riesgos, los más importantes son tres: El
primero, y el más temible, el de tergiversar, traicionar, inconscientemente la letra y la
intención de la obra y de su autor. El segundo puede ser el de cercenar o mutilar el todo y
ofrecer sólo una parcialidad poco acertada. Y el tercero el de aplicar malévolamente falsos
criterios morales, prejuicios políticos, religiosos, etc., lo que sería siempre imperdonable.
Nosotros hemos tenido que afrontar estos riesgos, y otros muchos, y ayudados por
nuestra experiencia y mejor intención, ofrecemos una adaptación que huye tanto de la
infantilización como de un exceso de erudición. Hemos partido del texto íntegro, como las
mejores ediciones críticas de nuestros clásicos nos lo presentan, y hemos respetado
escrupulosamente lo que el autor escribió, tal como lo escribió, siempre que resulte
comprensible. Para entender el texto proporcionamos notas y aclaraciones a pie de página,
nunca farragosas, que explican el sentido que en la época tenían ciertas palabras o
expresiones, hoy de difícil entendimiento. Leer en la actualidad a un clásico del siglo XV, o
XVI, presenta dificultades, pero estamos convencidos de que no es imposible. Hemos
respetado la sucesión de los capítulos y hemos seleccionado los fragmentos o diálogos más
representativos de cada acto, de tal manera que, sin perder la visión de conjunto, tengan
sentido y permitan la comprensión global de la obra. Si hemos sacrificado algo, siempre es un
doloroso ejercicio, han sido elementos menos importantes o reiterativos, fragmentos no
necesarios a la comprensión total, y expresiones no fundamentales en la intención del autor.
Hemos preferido el criterio de integridad y de respeto a la obra al de la inteligibilidad
falseadora. La interpretación particular que de la obra o de la época se haga o se haya hecho
es otra cosa, y siempre es bueno oír distintas opiniones antes de emitir un juicio.
Sirva esta adaptación en especial a mis alumnos, como un primer paso en la tarea de
extraer de las abundantes entrañas de nuestra literatura el filón inagotable de vida y disfrute
que en ellas vive. ¡Que la lectura aproveche a todos!
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ACTO I
(Encuentro de Calisto y Melibea. Sempronio busca a Celestina)
CALISTO. En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA. ¿En qué Calisto?
CALISTO. En dar poder a natura1 que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí
inmérito tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor
manifestarte pudiese. Sin duda, incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio,
sacrificio, devoción y obras pías, que por este lugar alcanzar yo tengo a Dios ofrecido.
MELIBEA. ¿Por gran premio tienes este, Calisto?
CALISTO. Téngolo por tanto, en verdad, que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus
santos, no lo ternía 2 por tanta felicidad.
MELIBEA. Pues aun más igual galardón3 te daré si perseveras.
CALISTO. ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabras habéis
oído!
MELIBEA. Mas desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual la
merece tu loco atrevimiento. ¡Vete, vete de ahí, torpe, que no puede mi paciencia tolerar que
haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite!4
* * *
(Casa de Calisto)
CALISTO. ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?
SEMPRONIO. Aquí estoy, señor, curando5 de estos caballos.
CALISTO. Cierra la ventana y deja la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la
ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh bienaventurada muerte aquella
que deseada a los afligidos viene!
SEMPRONIO. ¿Qué cosa es?
CALISTO. ¡Vete de ahí! No me hables; si no, quizá ante el tiempo de mi rabiosa muerte, mis
manos causarán tu arrebatado fin.
SEMPRONIO. Iré, pues solo quieres padecer tu mal.
CALISTO. ¡Ve con el diablo!
SEMPRONIO. No creo, más vale que muera aquél, a quien es enojosa la vida, que no yo, que
huelgo con ella. Con todo, quiérole dejar un poco (que) desbrave.
CALISTO. ¡Sempronio!
SEMPRONIO. ¿Señor?
CALISTO. Dame acá el laúd.
SEMPRONIO. Señor, vesle aquí.
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CALISTO. ¿Cuál dolor puede ser tal que se iguale con mi mal?
SEMPRONIO. Destemplado está ese laúd.
CALISTO. ¿Qué a mí?
SEMPRONIO. ¿Tú no eres cristiano?
CALISTO. ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.
SEMPRONIO. Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que
por la boca le sale a borbollones. No es más menester; bien sé de qué pie coxqueas6; yo te
sanaré.
CALISTO. ¿Cuál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?
SEMPRONIO. (¡Ha, ha, ha! ¿Este es el fuego de Calisto; éstas son sus congojas? ¡como si
solamente el amor contra él asestara sus tiros!) 7
CALISTO. ¿Qué te parece de mi mal?
SEMPRONIO. Que amas a Melibea.
CALISTO. ¿Y no otra cosa?
SEMPRONIO. Harto mal es tener la voluntad en un solo lugar cativa 8
CALISTO. ¿Qué me repruebas?
SEMPRONIO. Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.
CALISTO. ¿Mujer? ¡Oh grosero! ¡Dios, Dios!
SEMPRONIO. ¿Burlas?
CALISTO. ¿Que burlo? Por Dios, la creo, por Dios la confieso y no creo que hay otro
soberano en el cielo; aunque entre nosotros mora.
SEMPRONIO. (¡Ha, ha, ha! ¿Oíste qué blasfemia? ¿Viste qué ceguedad?)
CALISTO. Amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcanzar.
SEMPRONIO. (¡Oh pusilánime, oh hideputa!)
CALISTO. No te oí bien eso que dijiste. Torna, dilo, no procedas.
SEMPRONIO. Dije que tú desesperas de alcanzar una mujer. Llenos están los libros de sus
viles y malos ejemplos [...]. Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeza de pecado, destrucción
de paraíso. Las mujeres y el vino hacen los hombres renegar.
CALISTO. Mientras más me dices y más inconvenientes me pones, más la quiero.
SEMPRONIO. No es este juicio para mozos, según veo, que no se saben a razón someter, no
se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.
CALISTO. ¿Y tú qué sabes? ¿Quién te mostró esto?
SEMPRONIO. ¿Quién? Ellas, que desde que se descubren, así pronto pierden la vergüenza.
CALISTO. Pero no Melibea; y en todo lo que me has gloriado, Sempronio, sin comparación
se aventaja Melibea. Comienzo por los cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado, que
hilan en Arabia? Más lindos son y no resplandecen menos; su longura hasta el postrero
asiento de sus pies. Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas y
alzadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos y blancos; los labrios9
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colorados y grosezuelos; el torno del rostro poco más largo que redondo; el pecho alto; la
redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? Que se despereza el
hombre cuando las mira. La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo oscurece la nieve; la color
mezclada, cual ella la escogió para sí. Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce
carne acompañadas; los dedos largos; las uñas en ellos, largas y coloradas, que parecen rubíes
entre perlas. Aquella parte del cuerpo que ver yo no pude, por el bulto de fuera juzgo
incomparablemente ser mejor que la de Paris juzgó entre las tres Deesas10 .
SEMPRONIO. ¿No has leído al filósofo, do11 dice: "Así como la materia apetece a la forma,
así la mujer al varón"?
CALISTO.¡Oh triste, ¿y cuándo veré yo eso entre mí y Melibea?
SEMPRONIO. No te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de cumplir tu deseo.
CALISTO. ¡Oh, Dios te dé lo que deseas! ¡Qué glorioso me es oírte, aunque no espero que lo
has de hacer! El jubón de brocado12 que ayer vestí, Sempronio, vístelo tú.
SEMPRONIO. (De la burla yo me llevo lo mejor. Con todo, si estos aguijones13 me da,
traérgela14 he hasta la cama).
CALISTO. ¿Cómo has pensado de hacer esta piedad?
SEMPRONIO. Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin de esta vecindad una vieja
barbuda que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. A las duras
peñas promoverá y provocará la lujuria si quiere.
CALISTO. ¿Podríala yo hablar?
SEMPRONIO. Yo te la traeré hasta acá.
CALISTO. Ya tardas.
SEMPRONIO. Ya voy; quede Dios contigo.
* * *
(Casa de Celestina)
CELESTINA. ¡Albricias, albricias, Elicia! ¡Sempronio, Sempronio!
ELICIA. (¡Ce, ce, ce!)
CELESTINA. ¿Por qué?
ELICIA. Porque está Crito.
CELESTINA. ¡Mételo en la camarilla de las escobas, presto; dile que viene tu primo y mi
familiar!
SEMPRONIO. Madre bendita; ¡qué deseo traigo! Gracias a Dios que te me dejó ver.
CELESTINA. ¡Hijo mío, rey mío, turbado me has! No te puede hablar; torna y dame otro
abrazo. ¿Y tres días pudiste estar sin vernos? ¡Elicia, Elicia; cátale15 aquí!
ELICIA. ¡Ay triste, qué saltos me da el corazón! ¿Y qué es de él?
CELESTINA. Vesle aquí, vesle; yo me lo abrazaré; que no tú.
SEMPRONIO. Madre mía, toma el manto y vamos, que por el camino sabrás lo que, si aquí
me tardase en decirte, impediría tu provecho y el mío.
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CELESTINA. Vamos. Elicia, quédate con Dios; cierra la puerta. ¡Adiós, paredes!
* * *
SEMPRONIO. ¡Oh madre mía! Todas cosas dejadas aparte, solamente sé atenta e imagina en
lo que te dijere y no derrames tu pensamiento en muchas partes, que quien junto en diversos
lugares lo pone, en ninguno lo tiene.
CELESTINA. Pero di, no te detengas, que la amistad, que entre ti y mí se afirma, no ha
menester preámbulos. Abrevia y ven al hecho, que vanamente se dice por muchas palabras lo
que por pocas se puede entender.
SEMPRONIO. Así es. Calisto arde en amores de Melibea. De ti y de mí tiene necesidad. Pues
juntos nos ha menester, juntos nos aprovechemos.
CELESTINA. Bien has dicho, al cabo estoy.
SEMPRONIO. Callemos, que a la puerta estamos y, como dicen, las paredes han oídos.
* * *
(Casa de Calisto)
CELESTINA. Llama.
SEMPRONIO. Tha, tha, tha.
CALISTO. ¡Pármeno!
PÁRMENO. ¿Señor?
CALISTO. ¿No oyes, maldito sordo?
PÁRMENO. ¿Qué es, señor?
CALISTO. A la puerta llaman; corre.
PÁRMENO. ¿Quién es?
SEMPRONIO. Abre a mí y a esta dueña.
* * *
PÁRMENO. Señor, Sempronio y una puta vieja alcoholada16 daban aquellas porradas.
CALISTO. Calla, calla, malvado, que es mi tía; corre, corre, abre.
PÁRMENO. ¿Y tú piensas que es vituperio en las orejas de ésta el nombre que la llamé? Si
entre cient mujeres va y alguno dice "¡Puta vieja!", sin ningún empacho luego vuelve la
cabeza y responde con alegre cara. Si pasa por los perros, aquello suena su ladrido. Si (pasa)
cerca (de) las bestias, rebuznando dicen: "¡Puta vieja!". Si una piedra topa con otra, luego
suena: "¡Puta vieja!".
CALISTO. Y tú, ¿cómo lo sabes y la conoces?
PÁRMENO. Mi madre, mujer pobre, moraba en su vecindad, rogada por Celestina, me dio a
ella por sirviente.
CALISTO. ¿De qué la servías?
PÁRMENO. Señor, iba a la plaza y traíale de comer y acompañábala. Tiene esta buena dueña
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al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías17 , en la cuesta del río, una casa apartada, medio
caída. Ella tiene seis oficios: labrandera18, perfumera, maestra de hacer afeites19 y de hacer
virgos20, alcahueta21 y un poquito hechicera.
* * *
SEMPRONIO. Celestina, ruinmente suena lo que Pármeno dice.
CELESTINA. Calla, que "do vino el asno verná el albarda". Déjame tú a Pármeno, que yo te
le haré uno de nos, y de lo que hubiéremos, démosle parte: que los bienes, si no son
comunicados, no son bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos.
* * *
CALISTO. ¡Oh, Pármeno, ya la veo (a Celestina), sano soy, vivo soy! ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh
virtud envejecida! ¡Oh gloriosa esperanza de mi deseado fin! ¡Oh fin de mi deleitosa
esperanza! ¡Oh salud de mi pasión, reparo de mi tormento, regeneración mía, vivificación de
mi vida, resurrección de mi muerte! Dende aquí adoro la tierra que huella y en reverencia tuya
la beso.
CELESTINA. (A Sempronio) Dile que cierre la boca y comience a abrir la bolsa.
PÁRMENO. (¡Oh Calisto desaventurado, abatido, ciego! ¡Y en tierra está adorando a la más
antigua y puta tierra, que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido
es, caído es: no es capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerzo).
CELESTINA. Bien te oí y no pienses que el oír con los otros exteriores sesos mi vejez haya
perdido. Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor quejoso. Y sabe, si no sabes, que
dos conclusiones son verdaderas. La primera, que es forzoso el hombre amar a la mujer y la
mujer al hombre. La segunda, que el que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la
dulzura del soberano deleite. ¡Neciuelo, loquito, angelico, perlica, simplecico! Llégate acá,
putico, que no sabes nada del mundo ni de sus deleites. La voz tienes recia, las barbas te
apuntan, mal sosegadilla debes tener la punta de la barriga.
PÁRMENO. ¡Como cola de alacrán!
CELESTINA. Y aún peor: que la otra muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve meses.
PÁRMENO. ¡Hi, hi, hi!
CELESTINA. ¿Reíste, landrecilla22 , hijo?
PÁRMENO. Calla, madre, no me culpes ni me tengas, aunque mozo, por insipiente23. Amo a
Calisto porque le debo fidelidad.
CELESTINA. ¡Oh malvado! ¿Tú no sientes su enfermedad? ¿Qué has dicho hasta agora? ¿De
qué te quejas? El poder ser sano es en mano de esta flaca vieja.
PÁRMENO. ¡Más, de esta flaca puta vieja!
CELESTINA. ¡Putos días vivas, bellaquillo1 ! ¿Tú cómo te atreves...?
PÁRMENO. ¡Como te conozco...!
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CELESTINA. ¿Quién eres tú?
PÁRMENO. Pármeno, hijo de Alberto, tu compadre, que estuve contigo un poco tiempo, que
te me dio mi madre, cuando morabas a la cuesta del río, cerca de las tenerías.
CELESTINA. ¡Jesú, Jesú, Jesú! ¿Y tú eres Pármeno, hijo de la Claudina? ¡Pues fuego malo te
queme, que tan puta vieja era tu madre como yo! ¿Acuérdaste de cuando dormías a mis pies,
loquito?
PÁRMENO. Sí, en buena fe. Y algunas veces, aunque era niño, me subías a la cabecera y me
apretabas contigo, y porque olías a vieja, me huía de ti.
CELESTINA. ¡Mala landre te mate! ¡Y cómo lo dice el desvergonzado! Hijo, bien sabes
cómo tu madre, que Dios haya, te me dio viviendo tu padre. Tú gana amigos, deja los vanos
prometimientos de los señores, como la sanguijuela sacan la sangre, desagradecen, injurian,
olvidan servicios.
PÁRMENO. Celestina, todo tremo2 en oírte; no sé qué haga, perplejo estoy. Por una parte
téngote por madre; por otra, a Calisto por amo. Riqueza deseo; pero quien torpemente sube a
lo alto, más aína3 cae que subió. No querría bienes mal ganados.
CELESTINA. Yo sí. "A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo".
PÁRMENO. Mucho segura es la mansa pobreza.
CELESTINA. Mas di, como mayor, que la fortuna ayuda a los osados. ¡Oh, si quisieses,
Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areúsa.
PÁRMENO. ¿De Areúsa?
CELESTINA. De Areúsa.
PÁRMENO. ¿De Areúsa, hija de Eliso?
CELESTINA. De Areúsa, hija de Eliso.
PÁRMENO. ¿Cierto?
CELESTINA. Cierto.
PÁRMENO. Maravillosa cosa es.
CELESTINA. ¿Pero bien te parece?
PÁRMENO. No cosa mejor.
CELESTINA. Pues tu buena dicha quiere, aquí está quien te la dará.
PÁRMENO. Mi fe, madre, no creo a nadie.
CELESTINA. ¡Oh mezquino! "Da Dios habas a quien no tiene quijadas" ¡Oh simple!
PÁRMENO. ¡Oh Celestina! Oído he a mis mayores que un ejemplo de lujuria o avaricia
mucho mal hace.
CELESTINA. Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre posesión sin compañía.
PÁRMENO. Todo me recelo, madre, de recibir dudoso consejo.
CELESTINA. ¿No quieres? Pues me despido de ti y de este negocio.
PÁRMENO. Madre, no se debe ensañar el maestro de la ignorancia del discípulo, por eso,
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perdóname, háblame; por eso, manda, que a tu mandado mi consentimiento se humilla.
CELESTINA. De los hombres es errar. ¡Oh qué persona! ¡Oh qué hartura! Pero callemos, que
se acerca Calisto y tu nuevo amigo Sempronio.
* * *
CALISTO. Duda traigo, madre, según mis infortunios, de hallarte viva. Recibe la dádiva4
pobre de aquel que con ella la vida te ofrece. (Entrega cien monedas de oro a Celestina).
* * *
PÁRMENO. (¿Qué le dio, Sempronio?
SEMPRONIO. Cient monedas en oro.
PÁRMENO. ¡Hi, hi, hi!
SEMPRONIO. ¿Habló contigo la madre?
PÁRMENO. Calla, que sí.
SEMPRONIO. ¿Pues, cómo estamos?
PÁRMENO. Como quisieres; aunque estoy espantado.
SEMPRONIO. Pues calla, que yo te haré espantar dos tanto5.)
* * *
CALISTO. Ve agora, madre y consuela tu casa; y después ven y consuela la mía, y luego6.
CELESTINA. Quede Dios contigo.
CALISTO. Y Él te me guarde.
ACTO II
(Casa de Calisto. Contraste entre Pármeno y Sempronio)
CALISTO. Hermanos míos, cient monedas di a la madre; ¿hice bien?
SEMPRONIO. ¡Ay, si hiciste bien! Allende 7 de remediar tu vida, ganaste muy gran honra.
Sin duda te digo que es mejor el uso de las riquezas que la posesión de ellas. ¡Oh que glorioso
es el dar! ¡Oh qué miserable es el recibir! Cuanto es mejor el acto que la posesión, tanto es
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más noble el dante que el recibiente.
CALISTO. Sabido eres, fiel te siento, por buen criado te tengo; haz de manera, que en solo
verte ella (Celestina) a ti, juzgue la pena que a mí queda y fuego que me atormenta.
Sempronio, amigo, pues tanto sientes mi soledad, llama a Pármeno y quedará conmigo. (Se
marcha Sempronio en busca de Celestina).
PÁRMENO. Aquí estoy, señor.
CALISTO. Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que hoy ha pasado?
PÁRMENO. Digo, señor, que irían mejor empleadas tus franquezas en presentes y servicios a
Melibea, que no dar dineros a aquella que yo me conozco, porque a quien dices el secreto, das
tu libertad.
CALISTO. ¡Algo dice el necio!
PÁRMENO. Digo, señor, que nunca yerro vino desacompañado y que un inconveniente es
causa y puerta de muchos, porque perderse el otro día el neblí 8 fue causa de tu entrada en la
huerta de Melibea a le buscar; la entrada, causa de la ver y hablar; la habla engendró amor; el
amor parió tu pena; la pena causará perder tu cuerpo y el alma y hacienda; y lo más de ello
siento es venir a manos de aquella trotaconventos9 , después de tres veces emplumada10 .
CALISTO. ¡Palos querrá este bellaco! Di, mal criado, ¿por qué dices mal de lo que yo adoro?
Si sintieses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga. Eres un terrón de lisonja11,
bote de malicias, el mismo mesón y aposentamiento de la envidia.
PÁRMENO. Señor, flaca es la fidelidad que temor de pena la convierte en lisonja.
CALISTO. ¡Calla, calla, perdido! Estoy yo penando y tu filosofando; no te espero más.
Saquen un caballo; limpienle mucho, por si pasare por casa de mi señora y mi dios. (Se va a
pasear solo).
PÁRMENO. ¡Oh desdichado de mí! Por ser leal padezco mal; otros se ganan por malos; yo
me pierdo por bueno. ¡El mundo es tal! Si yo creyera a Celestina con sus seis docenas de años
a cuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me porná 12 escarmiento de aquí adelante con él.
Que si dijere "comamos", yo también; si quiere derrocar la casa, aprobarlo; si quemar su
hacienda, ir por fuego. Destruya, rompa, quiebre, dañe, dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte
me cabrá, pues dicen: "a río vuelto ganancia de pescadores". ¡Nunca más perro a molino! 13"
ACTO III
(Conjuro de Celestina)
CELESTINA. Conjúrote triste Plutón 14, señor de la profundidad infernal, emperador de la
corte dañada, soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los
hirvientes étnicos15 montes manan, gobernador de los tormentos, regidor de las tres furias,
administrador de todas las cosas negras del reino, mantenedor de las volantes arpías16... Yo,
Celestina, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella
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nocturna ave17 con que están escritas, por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite
fue hecho, con el cual unto este hilado; vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad, hasta que
Melibea lo compre y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare tanto
más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se le abras y lastimes del crudo y fuerte
amor de Calisto; y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces tendrasme
por capital enemiga. Y otra y otra vez te conjuro; y así confiando en mi mucho poder, me
parto para allá con mi hilado.
ACTO IV
(Celestina va a casa de Melibea)
LUCRECIA. ¿Quién es esta vieja, que viene haldeando?18
CELESTINA. Paz sea en esta casa.
LUCRECIA. Celestina, madre, seas bienvenida. ¿Cuál Dios te trajo por estos barrios no
acostumbrados?
CELESTINA. Hija, mi amor, deseo de todos vosotros, ver a tus señoras, vieja y moza. Que
después que me mudé al otro barrio, no han sido de mí visitadas.
LUCRECIA. ¿A eso sólo saliste de tu casa? Maravíllome de ti, que no sueles dar paso sin
provecho.
CELESTINA. ¿Más provecho quieres, boba, que cumplir hombre sus deseos? Y también
ando a vender un poco de hilado.
LUCRECIA. ¡Algo es lo que yo digo! En mi seso estoy, que nunca metes aguja sin sacar
reja19. Entra y espera aquí.
* * *
ALISA. ¿Con quién hablas, Lucrecia?
LUCRECIA. Señora, con aquella vieja de la cuchillada, que solía vivir aquí en las tenerías, a
la cuesta del río.
ALISA. Agora la conozco menos. ¡Jesú, señora! Más conocida es esta vieja que la ruda20, la
que empicotaron21 por hechicera, que vendía las mozas a los abades y descasaba mil casados.
ALISA. ¿Qué oficio tiene?
LUCRECIA. Señora, perfuma tocas, hace solimán22 y otros treinta oficios. Conoce mucho en
hierbas, cura niños, y aun algunos la llaman ‘la vieja lapidaria’23.
ALISA. Dime su nombre, si le sabes.
LUCRECIA. ¿Si le sé, señora? No hay niño ni viejo en toda la ciudad que no le sepa.
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ALISA. ¿Pues por qué no le dices?
LUCRECIA. ¡He vergüenza!
ALISA. Anda, boba, dile.
LUCRECIA. Celestina, es su nombre.
ALISA. ¡Hi, hi, hi! ¡Mala landre te mate! Ya me voy acordando de ella. ¡Una buena pieza! No
me digas más. Algo me verná24 a pedir. Di que suba.
LUCRECIA. Sube, tía.
* * *
CELESTINA. Señora buena, la gracia de Dios sea contigo y con la noble hija. Mis pasiones y
enfermedades han impedido mi visitar tu casa, como era razón. Con mis fortunas adversas me
sobrevino mengua de dinero. No supe mejor remedio que vender un poco de hilado, veslo
aquí, si de ello y de mí te quieres servir.
ALISA. Si el hilado es tal, serte ha bien pagado. Hija Melibea, quédese esta mujer honrada
contigo, que ya me parece que es tarde para ir a visitar a mi hermana, que desde ayer no la he
visto.
CELESTINA. (Por aquí anda el diablo aparejando oportunidad)
ALISA. Pues, Melibea, contenta a la vecina en todo lo que razón fuere darle por el hilado. Y
tú, madre, perdóname, que otro día vendrá en que nos veamos. (Se va).
CELESTINA. Señora, el perdón sobraría donde el yerro falta. De Dios seas perdonada, que
buena compañía me queda. Dios la deje gozar de su noble juventud y florida mocedad, que es
el tiempo en que más placeres y mayores deleites se alcanzarán. Que, a la mi fe, la vejez no es
sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua,
llaga incurable, mancilla de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir,
vecina de la muerte, choza sin rama, que se llueve por cada parte, cayado de mimbre, que con
poca carga se doblega.
* * *
MELIBEA. ¿Por qué dices, madre, tanto mal de lo que todo el mundo con tanta eficacia gozar
y ver desea?
CELESTINA. Desean harto mal para sí, desean harto trabajo.
MELIBEA. Celestina, amiga, yo he holgado mucho en verte y conocerte. Toma tu dinero y
vete con Dios, que me parece que no debes haber comido.
CELESTINA. ¡Oh angélica imagen! ¡Oh perla preciosa, y cómo te lo dices! Gozo me toma en
verte hablar. ¿Y no sabes que por la divina boca fue dicho ‘que no de sólo pan viviremos’?
MELIBEA. Di, madre todas tus necesidades, que si yo las pudiere remediar, de muy buen
grado lo haré.
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CELESTINA. ¿Mías, señora? Antes ajenas.
MELIBEA. Pide lo que quieras, sea para quien fuere.
CELESTINA. ¡Doncella graciosa y de alto linaje! Tu suave habla y alegre gesto... me dan
osadía a te lo decir. Yo dejo un enfermo a la muerte, que con una sola palabra de tu noble
boca salida, tiene por fe que sanará.
MELIBEA. Vieja honrada, no te entiendo, si más no declaras tu demanda.
CELESTINA. El temor perdí mirando, señora, tu beldad.
MELIBEA. Por Dios, que sin más dilatar me digas quién es ese doliente.
CELESTINA. Bien tendrás, señora, noticia en esta ciudad de un caballero mancebo,
gentilhombre de clara25 sangre, que llaman... Calisto.
MELIBEA. ¡Ya, ya, ya! No me digas más, no pases adelante. ¿Ese es el doliente...
desvergonzada barbuda? ¡Quemada seas, alcahueta falsa, hechicera, enemiga de honestidad,
causadora de secretos yerros! ¡Jesú, Jesú! ¡Quítamela, Lucrecia, de delante, que no me ha
dejado gota de sangre en el cuerpo!
CELESTINA. (¡En hora mala acá vine, si me falta el conjuro!)
MELIBEA. ¿Querrías condenar mi honestidad por dar vida a un loco? Respóndeme, traidora,
¿cómo osaste tanto hacer?
CELESTINA. Por Dios, señora, que me dejes concluir mi dicho. Verás como es todo más
servicio de Dios, que pasos deshonestos. Si pensara, señora, que habías de conjeturar
sospechas, no me osaría a hablar de cosa que a Calisto... ni a otro hombre tocase.
MELIBEA. ¡Jesú! No oiga yo mentar más ese loco, saltaparedes, fantasma de noche, luengo
como cigüeña ; sino, aquí me caeré muerta. Bien me habían dicho quién tú eras.
CELESTINA. (¡Más fuerte estaba Troya y aun otras más bravas he yo amansado!)
MELIBEA. ¿Qué dices, enemiga? Habla, que te pueda oír.
CELESTINA. Que estás muy rigurosa y no me maravillo; que la sangre nueva poco calor ha
menester para hervir.
MELIBEA. ¿Qué palabras podías tu querer para ese tal hombre, que a mi bien me estuviese?
CELESTINA. Una oración, señora, que le dijeron que sabías de Santa Apolonia26 para el
dolor de muelas. Asimismo tu cordón27, que es fama que ha tocado todas las reliquias que hay
en Roma y Jersusalén. Aquel caballero, que dije, pena y muere de ellas. Ésta fue mi venida.
MELIBEA. Si eso querías, ¿por qué luego28 no me lo expresaste?
CELESTINA. Señora, la compasión de su dolor, la confianza de tu magnificencia ahogaron
en mi boca al principio la expresión de la causa.
MELIBEA. Mi pasada alteración me impide reír de tu desculpa.
CELESTINA. Eres mi señora, hete yo de servir, hasme tú de mandar. Tu mala palabra será
víspera de una saya.
MELIBEA. Bien la has merecido. Nombrarme ese tu caballero, que conmigo se atrevió a
hablar, y también pedirme palabra sin más causa, que no se podía sospechar sino daño para mi
honra, es aliviado mi corazón viendo que es obra pía y santa sanar los apasionados enfermos.
LA CELESTINA
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CELESTINA. ¡Y tal enfermo, señora! Si bien le conocieses, no le juzgases por el que has
mostrado con tu ira. En Dios y en mi alma no tiene hiel; gracias dos mil; gesto, de un rey,
gracioso, alegre; jamás reina en él la tristeza. De noble sangre, como sabes; gran justador...
Todo junto semeja ángel del cielo. Agora, señora, tiénele derribado una sola muela, que jamás
cesa de quejar.
MELIBEA. ¿Y qué tanto tiempo ha?
CELESTINA. Podrá ser, señora, de veintitrés años...
MELIBEA. Ni te pregunto eso ni tengo necesidad de saber su edad; sino qué tanto ha que
tiene el mal.
CELESTINA. Señora, ocho días. Que parece que ha un año en su flaqueza.
MELIBEA. ¡Oh cuánto me pesa con la falta de mi paciencia! En pago de tu buen sufrimiento,
quiero cumplir tu demanda y darte luego mi cordón. Y porque para escribir la oración no
habrá tiempo sin que venga mi madre, ven mañana por ella muy secretamente.
LUCRECIA. (¡Ya, ya, perdida es mi alma!)
CELESTINA. ¡Hija Lucrecia! ¡Ce! Irás a casa y darte he una lejía, con que pares29 esos
cabellos más que el oro. No lo digas a tu señora. Y aun darte he unos polvos para quitarte ese
olor de la boca, que te huele un poco, y no hay cosa que peor en la mujer parezca.
MELIBEA. ¿Qué le dices, madre?
CELESTINA. Señora, acá nos entendemos.
MELIBEA. En todo has tenido buen tiento. Ve con Dios, que ni tu mensaje me ha traído
provecho ni de tu ida me puede venir daño.
ACTO V
(Avaricia y mezquindad de Celestina y Sempronio, camino a casa de Calisto)
CELESTINA. ¡Oh rigurosos trances! ¡Oh gran sufrimiento! ¡Oh serpentino aceite! ¡Oh blanco
hilado! ¡Cómo os aparejasteis todos en mi favor! Alégrate, vieja, que más sacarás de este
pleito que de quince virgos30 que renovaras. ¡Oh malditas haldas, prolijas y largas, cómo me
estorbáis de llegar adonde han de reposar mis nuevas.
SEMPRONIO. O yo no veo bien, o aquella es Celestina. ¡Válgala el diablo, el haldear que
trae!
CELESTINA. ¿De qué te santiguas, Sempronio?
SEMPRONIO. ¿Quién te vido hablar entre dientes por las calles y venir aguijando31, como
quien va a ganar beneficio? Dime, por Dios, con qué vienes. Dime si tenemos hijo o hija32.
CELESTINA. Sempronio, amigo, ni yo me podría parar ni el lugar es aparejado. De mi boca
quiero que sepa (Calisto) lo que se ha hecho. Que aunque hayas de haber alguna partecilla del
provecho, quiero yo todas las gracias del trabajo.
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SEMPRONIO. ¿Partecilla, Celestina? Mal me parece eso que dices.
CELESTINA. Calla, loquillo, que parte o partecilla, cuanto tú quieras te daré. Todo lo mío es
tuyo.
SEMPRONIO. (¡Oh lisonjera vieja!¡Oh vieja llena de mal!¡Oh codiciosa y avarienta
garganta! También quiere a mí engañar como a mi amo, por ser rica.).
* * *
PÁRMENO. ¡Señor, señor!
CALISTO. ¿Qué quieres, loco?
PÁRMENO. A Sempronio y a Celestina veo venir cerca de casa, haciendo paradillas de rato
en rato y, cuando están quedos, hacen rayas en el suelo con el espada. No sé qué sea.
CALISTO.[...]¡Oh espacioso Pármeno, manos de muerto! Quita ya esa enojosa aldaba; entrará
esa honrada dueña33 , en cuya lengua está puesta mi vida.
ACTO VI
(Calisto recibe el cordón de Melibea)
CALISTO. ¿Qué dices, señora y madre mía?
CELESTINA. ¡Oh mi señor Calisto! ¿Con qué pagarás a la vieja, que hoy ha puesto su vida al
tablero34 por tu servicio. Mi vida daría por menor precio que agora daría este manto raído y
viejo.
PÁRMENO. (Tú dirás lo tuyo: ‘entre col y col, lechuga’. Todo para tí y nada de que puedas
dar parte).
SEMPRONIO. (Calla, que te matará Calisto si te oye)
CALISTO. Madre mía, o abrevia tu razón o toma esta espada y mátame.
CELESTINA. ¡Espada mala mate a tus enemigos y a quien mal te quiere! Que yo la vida te
quiero dar con buena esperanza que traigo de aquella que tú más amas.
PÁRMENO. (Sempronio, cóseme esta boca, que no lo puedo sufrir.)
SEMPRONIO. (¡Callarás, por Dios, o te echaré con el diablo!)
CELESTINA. [...] Me he habido con las zahareñas35 razones [...]de Melibea. Todo su rigor
traigo convertido en miel.
CALISTO. Subamos, si mandas, arriba. En mi cámara me dirás por extenso lo que aquí he
sabido en suma. Sube, sube, sube, y asiéntate, señora, que de rodillas quiero escuchar tu suave
respuesta. ¿La causa de tu entrada, qué fue?
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CELESTINA. Vender un poco de hilado, con que tengo cazadas más de treinta de su estado.
CALISTO. ¡Oh gozo sin par!¡Oh quien estuviera allí debajo de tu manto!
CELESTINA. ¿Debajo de mi manto, dices?¡Ay mezquina! Que fueras visto por treinta
agujeros que tiene. En nombrando tu nombre, atajó mis palabras como cosa de grande espanto
llamándome hechicera, alcahueta, vieja falsa, barbuda, malhechora y otros muchos
ignominiosos nombres, con cuyos nombres asustan a los niños de cuna, pero yo no dejaba mis
pensamientos estar vagos y ociosos, de manera que tuve tiempo para salvar lo dicho. Dije que
tu pena era mal de muelas y que la palabra, que de ella quería, era una oración que ella sabía,
muy devota, para ellas.
CALISTO. ¡Oh maravillosa astucia! ¿Hay tal mujer nacida en el mundo?
CELESTINA. Señor, no atajes mis razones, que se va haciendo noche y yendo a mi casa
podré haber algún mal encuentro.
CALISTO. ¿Y qué? Hachas y pajes hay, que te acompañen.
PÁRMENO. (¡Sí, porque no fuercen a la niña!) Señor, yo y Sempronio será bueno que la
acompañemos hasta su casa, que hace mucho escuro.
CALISTO. Bien dicho es. Después será.
CELESTINA. Pues más le pedí. Un cordón que ella trae continuo ceñido, diciendo que era
provechoso para tu mal, porque había tocado muchas reliquias
CALISTO. ¿Pues, qué dijo? Toma toda esta casa y cuanto en ella hay y dímelo o pide lo que
quieras!
CELESTINA. Por un manto que tú des a la vieja, te dará en tus manos el mismo, que en su
cuerpo ella traía.
CALISTO. ¿Qué dices manto? Manto y saya y cuanto yo tengo.
PÁRMENO. (A la vieja todo y a mí que me arrastren)
CELESTINA. Toma este cordón que, si yo no me muero, yo te daré a su ama.
CALISTO. ¡Oh mi gloria y ceñidero de aquella angélica cintura! ¡Oh cordón, cordón!
SEMPRONIO. Señor, por holgar con el cordón, no querrás gozar de Melibea.
CALISTO. ¿Qué, loco, desvariado, atajasolaces36?
CELESTINA. Debes, señor, tratar al cordón como cordón, porque sepas hacer diferencia
cuando con Melibea te veas.
CALISTO. ¿Y la oración?
CELESTINA. No se me dio por agora. Tornaré mañana por ella.
CALISTO. Pármeno, acompaña a esta señora hasta su casa.
CELESTINA. Quede, señor, Dios contigo. Mañana será mi vuelta.
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ACTO VII
(Celestina quiebra la fidelidad de Pármeno)
CELESTINA. Pármeno, yo te tenía por hijo y tú dasme el pago en mi presencia, pareciéndote
mal cuanto digo, susurrando y murmurando contra mí en presencia de Calisto. ¡Oh hijo mío
Pármeno! ¡Oh cuán dichosa me hallaría si tú y Sempronio estuvieséis muy conformes, muy
amigos, hermanos en todo, viéndoos venir a mi podre casa a holgar, a verme, o aun a
desenojaros con sendas mochachas!
PÁRMENO. ¿Mochachas, madre mía?
CELESTINA. ¡Alahé! Mochachas, digo; que viejas, harto me soy yo. De las entrañas me sale
cuanto te digo.
PÁRMENO. Agora doy por bien empleado el tiempo que siendo niño te serví. Rogaré a Dios
por el alma de mi madre, que a tal mujer me encomendó.
CELESTINA. No me la nombres, hijo, por Dios, que se me hinchan los ojos de agua. ¡Oh qué
graciosa era, oh qué desenvuelta, limpia, varonil! Así se holgaba con la noche escura, como tú
con el día claro. Siete dientes quitó a un ahorcado con unas tenacicas de pelar cejas, mientras
yo le descalcé los zapatos. ¿Qué más quieres sino que los mismos diablos la habían miedo?
Cuatro veces prendieron a tu madre.
PÁRMENO. Verdad es lo que dices, pero eso no fue por justicia.
CELESTINA. ¡Calla, bobo! Poco sabes de achaque de iglesia37.
PÁRMENO. Agora dejemos los muertos y las herencias. Bien se te acordará, no ha mucho
que me prometiste que me harías haber a Areúsa.
CELESTINA. Si te lo prometí, no lo he olvidado. Ya creo que estará bien madura.
* * *
CELESTINA. Anda paso. ¿Ves aquí su puerta? Entremos quedo, no nos sientan sus vecinas.
AREÚSA. ¿Quién anda ahí?
CELESTINA. Quien no te quiere mal.
AREÚSA. ¿Qué buena venida es ésta tan tarde? Ya me desnudaba para acostar.
CELESTINA. ¿Con las gallinas, hija? Así se hará la hacienda.
AREÚSA. ¡Jesú! Quiérome tornar a vestir, que he frío.
CELESTINA. No harás, por mi vida; sino éntrate en la cama, que desde allí hablaremos,
pareces serena38
CELESTINA. Verás si te quiere bien quien te visita a tales horas. Déjame mirarte a mi
voluntad, que huelgo.
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AREÚSA. ¡Paso, madre, no llegues a mí, que me haces coxquilas y provócasme a reír, y la
risa acrecienta el dolor!
CELESTINA. ¿Qué dolor?
AREÚSA. Ha cuatro horas que muero de la madre39.
CELESTINA. Pues dame lugar, tentaré, que aún algo sé yo de este mal.
AREÚSA. Más arriba la siento, sobre el estómago.
CELESTINA. No parece que hayas quince años... No seas el perro del hortelano40 . Pecado
ganas en no dar parte de estas gracias a todos los que bien te quieren.
AREÚSA. Dame algún remedio para mi mal y no estés burlando de mí.
CELESTINA. ¡Anda, que bien me entiendes, no te hagas boba!
AREÚSA. Sabes que se partió ayer aquel mi amigo con su capitán a la guerra. ¿Había de
hacerle ruindad?41
CELESTINA. Ausente le has miedo. ¡Ay, ay, hija, si vieses el saber de tu prima (Elicia)! Que
uno en la cama y otro en la puerta y otro, que sospira por ella en su casa, se precia de tener. Y
con todos cumple. Quien no tiene sino un ojo, mira a cuánto peligro anda. Ten siquiera dos
(amantes) y si más quisieres, mejor te irá, que mientras más moros, más ganancia. Sube, hijo
Pármeno
AREÚSA. ¡No suba! ¡Landre me mate, que me fino de empacho42, que no le conozco!
PÁRMENO. Señora, Dios salve tu graciosa presencia.
AREÚSA. Gentilhombre, buena sea tu venida.
CELESTINA. Llégate acá, asno. Llégate acá, negligente, vergonzoso, que quiero ver para
cuánto eres, ante que me vaya. Retózala en esta cama.
CELESTINA. No tengo ya enojo. Quedaos con Dios, que voyme solo porque me hacéis
dentera con vuestro besar y retozar. (Celestina regresa a su casa).
ACTO VIII
(Pármeno y Sempronio se hacen amigos)
PÁRMENO. ¿Amanece o qué es esto, que tanta claridad está en esta cámara?
AREÚSA. Duerme, señor.
PÁRMENO. ¡Oh traidor de mí, en qué gran falta he caído con mi amo! ¡Oh qué tarde es!
AREÚSA. ¿Tarde?
PÁRMENO. Y muy tarde. Es ya mediodía. Si voy más tarde no seré bien recibido de mi amo.
Vendré mañana.
LA CELESTINA
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* * *
PÁRMENO. (Camino de casa de Calisto) ¿A quién contaría yo este gozo? El placer no
comunicado no es placer. A Sempronio veo en la puerta de casa.
SEMPRONIO. Pármeno, hermano, si yo supiese aquella tierra, donde se gana el sueldo
durmiendo, mucho haría por ir allá.
PÁRMENO. Recíbeme con alegría y contarte he maravillas de mi buena andanza pasada.
SEMPRONIO. ¿Es algo de Melibea?
PÁRMENO. ¿Qué de Melibea? Es de otra, que yo más quiero.
SEMPRONIO. Reírme querría sino que no puedo. ¿Ya todos amamos? [...].
CALISTO. ¿Quién habla en la sala? ¡Mozos! ¿Es muy noche? ¿Es hora de acostar?
PÁRMENO. ¡Mas ya es, señor, tarde para levantar!
CALISTO. Di, Sempronio: ¿Miente este desvariado, que me hace creer que es de día?
SEMPRONIO. Olvida, señor, un poco a Melibea y verás la claridad.
CALISTO. Agora lo creo, que tañen a misa. Daca mis ropas, iré a la Magdalena. Rogaré a
Dios que aderece a Celestina y ponga en corazón a Melibea mi remedio o dé fin a mis tristes
días.
SEMPRONIO. Señor, no es todo oro cuanto amarillo reluce.
CALISTO. ¡Oh loco, loco! Dice el sano al doliente: ‘Dios te dé salud’. No quiero consejo ni
esperarte más razones, qué más avivas y enciendes las llamas que me consumen. Yo me voy
solo a misa y no tornaré a casa hasta que me llaméis, pidiéndome las albricias de mi gozo con
la buena venida de Celestina. Ni comeré hasta entonces: aunque primero sean los caballos de
Febo43 apacentados en aquellos verdes prados que suelen, cuando han dado fin a su jornada.
SEMPRONIO. Deja, señor, esos rodeos, deja esas poesías, que no es habla conveniente la que
a todos no es común, la que todos no participan, la que pocos entienden. Di: ‘aunque se ponga
el sol’, y sabrán todos lo que dices. Y come alguna conserva, con que tanto espacio te
sostengas. (Calisto va a la iglesia).
ACTO IX
(Los criados se dirigen a casa de Celestina)
SEMPRONIO. Baja, Pármeno, nuestras capas y espadas, que es hora que vamos a comer.
PÁRMENO. Vamos presto.
* * *
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CELESTINA. ¡Oh mis enamorados, mis perlas de oro!
PÁRMENO. (Qué palabras tiene la noble. Bien ves, hermano, estos halagos fingidos).
SEMPRONIO. (Déjala, que de eso vive). Comamos agora.
CELESTINA. ¡Mochachas, mochachas, bobas! ¡Andad acá abajo, presto, que están aquí dos
hombres que me quieren forzar! Asentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar hay para todos.
Poneos en orden, cada uno cabe44 la suya; yo que estoy sola, pondré cabe mí este jarro y taza
(de vino). Con dos jarrillos de éstos que beba, cuando me quiero acostar, no siento frío en
toda la noche. Esto me calienta la sangre, esto me hace andar siempre alegre, esto me para45
fresca; de esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año. No tiene sino una tacha,
que lo bueno vale caro y lo malo hace daño [...].
SEMPRONIO. Tía señora, a todos nos sabe bien, comiendo y hablando, para entender de este
perdido de nuestro amo y de aquella graciosa y gentil Melibea.
ELICIA. ¡Mal provecho te haga lo que comes, revesar46 quiero cuanto tengo en el cuerpo, de
asco de oírte llamar a aquélla gentil ¡Mirad quién gentil! ¿Gentil, gentil es Melibea? Aquella
hermosura por una moneda se compra en la tienda. Si algo tiene de hermosura es por buenos
atavíos que trae.
AREÚSA. Las riquezas las hacen a éstas hermosas y ser alabadas; que no las gracias de su
cuerpo. Unas tetas tiene, para ser doncella, como si tres veces hobiese parido; no parecen sino
dos grandes calabazas. El vientre no se le he visto; pero juzgando por lo otro, creo que le tiene
tan flojo como vieja de cincuenta años. No sé qué ha visto Calisto.
SEMPRONIO. Calisto es caballero, Melibea hijadalgo; así que los nacidos por linaje
escogidos búscanse unos a otros. Por ende47, no es de maravillar que ame antes a ésta que a
otra.
AREÚSA. ‘Ruin sea quien por ruin se tiene’. ‘Las obras hacen linaje, que al fin todos somos
hijos de Adán y Eva’. ‘Procure de ser cada uno bueno por sí, y no vaya a buscar en la nobleza
de sus pasados la virtud’.
ELICIA. Madre, a la puerta llaman. ¡El solaz es derramado! O la voz me engaña o es mi
prima Lucrecia.
CELESTINA. ‘Vale más una migaja de pan con paz, que toda la casa llena de rencilla’, Mas
agora cese esta razón, que entra Lucrecia.
LUCRECIA. Mi venida, señora, es lo que tú sabrás: pedirte el ceñidero y, demás de esto, te
ruega mi señora sea de ti visitada, y muy presto, porque se siente muy fatigada de desmayos y
de dolor del corazón.
CELESTINA. Hija, de estos dolorcillos tales, más es el ruido que las nueces. Maravillada
estoy sentirse del corazón mujer tan moza.
LUCRECIA. Vamos presto y dame el cordón.
CELESTINA. Vamos, que yo le llevo.
LA CELESTINA
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ACTO X
(Casa de Melibea. Celestina prepara la primera cita)
MELIBEA. ¡Oh lastimada de mí! ¿Y no me fuera mejor conceder su petición y demanda ayer
a Celestina, cuando de parte de aquel señor, cuya vista me cativó48, me fue rogado, y
contentarle a él y sanar a mí, que no venir por fuerza a descubrir mi llaga, cuando no me sea
agradecido, cuando ya, desconfiando de mi buena respuesta, haya puesto sus ojos en amor de
otra?
CELESTINA. ¿Qué es señora, tu mal?
MELIBEA. Madre mía, que comen este corazón serpientes dentro de mi cuerpo.
CELESTINA. (Bien está. Así lo quería yo) ¿Quieres que adivine la causa?
MELIBEA. Amiga Celestina, mujer bien sabia y maestra grande, mi mal es de corazón, la
izquierda teta es su aposentamiento, tiende sus rayos a todas partes. Túrbame la cara, quítame
el comer, no puedo dormir [...] con la demanda [...] de aquel caballero Calisto, cuando me
pediste la oración.
CELESTINA. ¿Tan mal hombre es aquél? [...] No creas que sea ésa la causa de tu
sentimiento, antes otra que yo barrunto. Si tú licencia me das, yo, señora, te la diré.
MELIBEA. Di, di, siempre que mi honra no dañes con tus palabras.
LUCRECIA. (El seso tiene perdido mi señora).
MELIBEA. Salte fuera presto.
LUCRECIA. (¡Ya, ya todo es perdido!) Ya me salgo, señora.
* * *
MELIBEA. ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de
mi cuerpo?
CELESTINA. Amor dulce.
MELIBEA. Esto me declara qué es, que en sólo oírlo me alegro.
CELESTINA. Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce
amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda
muerte.
MELIBEA. ¡Ay, mezquina de mí! Que si verdad es tu relación, dudosa será mi salud.
CELESTINA. No desconfíe, señora. Que cuando el alto Dios da la llaga, tras ella envía el
remedio.
MELIBEA. ¿Cómo se llama?
CELESTINA. No te lo oso decir.
LA CELESTINA
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MELIBEA. Di, no temas.
CELESTINA. Calisto... (Se desmaya Melibea) ¡Oh, por Dios, señora Melibea! ¡Oh mezquina
yo! ¡Alza la cabeza! ¡Lucrecia, Lucrecia, entra presto acá, verás amortecida a tu señora entre
mis manos! Baja presto por un jarro de agua.
MELIBEA. Paso, paso, que yo me esforzaré. No escandalices la casa. Calla, no me fatigues.
CELESTINA. Creo que se van quebrantando mis puntos.
MELIBEA. Quebróse mi honestidad, quebróse mi empacho49. Muchos y muchos días son
pasados que ese noble caballero me habló de amor. Cerrado han tus puntos mi llaga, venida
soy en tu querer. En mi cordón le llevaste envuelta la posesión de mi libertad. Su dolor de
muelas era mi mayor tormento, su pena era la mayor mía. Pospuesto todo el temor, has sacado
de mi pecho lo que jamás a ti ni a otro pensé descubrir.
CELESTINA. Yo daré forma como tu deseo y el de Calisto sean en breve cumplidos.
MELIBEA. ¡Oh mi Calisto y mi señor! ¡Mi dulce y suave alegría! ¡Oh mi madre y mi señora,
haz de manera como luego le pueda ver, si mi vida quieres!
CELESTINA. Ver y hablar.
MELIBEA. Dime cómo.
CELESTINA. Yo le tengo pensado, yo te lo diré, por entre las puertas de tu casa.
MELIBEA. ¿Cuándo?
CELESTINA. Esta noche. A las doce.
MELIBEA. Pues ve, mi señora, mi leal amiga, y habla con aquel señor, y que venga muy
paso50, a la hora que has ordenado.
CELESTINA. Adiós, que viene hacia acá tu madre.
* * *
ALISA. Hija Melibea, ¿qué quería la vieja?
CELESTINA. Señora, venderme un poquito de solimán.
ALISA. Guárdate, hija, de ella, que es gran traidora. Daña la fama. A tres veces que entra en
una casa, engendra sospecha.
LUCRECIA. (Tarde acuerda nuestra ama)
MELIBEA. ¿De ésas es? ¡Nunca más! Bien huelgo, señora, de ser avisada, por saber de quien
me tengo que guardar.
ACTO XI
(Calisto regala una cadena de oro a Celestina)
LA CELESTINA
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PÁRMENO. (Buena viene la vieja, hermano; recaudado debe de haber)
SEMPRONIO. (Escúchala)
CELESTINA. Todo este día, señor, he trabajado en tu negocio y he dejado perder otros en
que harto me iba. Muchos tengo quejosos por tenerte a tí contento. Pero todo vaya en buena
hora, a Melibea dejo a tu servicio.
CALISTO. ¿Qué es esto que oigo?
CELESTINA. Que es más tuya que de sí misma.
CALISTO. Melibea es mi señora, Melibea es mi dios, Melibea es mi vida; yo su cautivo, yo
su siervo.
SEMPRONIO. A todo el mundo turbas diciendo desconciertos. Dale algo por su trabajo.
CALISTO. Bien has dicho. Madre mía, en lugar de manto y saya, toma esta cadenilla, ponla
al cuello y procede en tu razón y mi alegría.
PÁRMENO. (¿Cadenilla la llama? ¿No lo oyes, Sempronio? No estima el gasto).
SEMPRONIO. (Oírte ha nuestro amo. Por mi amor, hermano, que oigas y calles, que por eso
te dio Dios dos oídos y una lengua sola. Calla y oye a Celestina)
CELESTINA. Señor Calisto, [...] Melibea pena por ti más que tú por ella; Melibea te ama y
desea ver; Melibea piensa más horas en tu persona que en la suya; Melibea se llama tuya.
CALISTO. Mozos, ¿estoy yo aquí? Mozos, ¿oigo yo ésto? Mozos, mirad si estoy despierto.
CELESTINA. Si burlo o no, verlo has yendo esta noche a su casa en dando el reloj las doce, a
la hablar por entre las puertas.
CALISTO. ¿Tal cosa es posible haber de pasar por mí? No soy capaz de tanta gloria, no
merecedor de tan gran merced, no digno de hablar con tal señora de su voluntad y grado.
CELESTINA. Siempre lo oí decir, que es más difícil sufrir la próspera fortuna que la adversa.
PÁRMENO. (¡Hi, hi, hi!)
SEMPRONIO. (¿De qué te ríes, Pármeno?)
PÁRMENO. (De la priesa que la vieja tiene por irse. No ve la hora de haber despegado la
cadena. No puede creer que se la han dado de verdad).
SEMPRONIO. (¿Qué quieres que haga una puta alcahueta, después de verse cargada de oro?
¡Pues guárdese del diablo, que sobre el partir no le saquemos el alma!)
LA CELESTINA
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ACTO XII
(Primera cita de Calisto y Melibea. Muerte de Celestina)
CALISTO. ¿Mozos, qué hora da el reloj?
SEMPRONIO. Las diez.
CALISTO. ¿Cómo, desatinado, sabiendo cuánto me va, Sempronio, en ser diez o once, me
respondías a tiento lo que más aína se te vino a la boca? ¡Oh cuitado de mí! Si por caso me
hobiera dormido y ni mi mal hobiera fin ni mi deseo ejecución.
SEMPRONIO. Éste mi amo tiene gana de reñir y no sabe cómo.
PÁRMENO. Mejor sería, señor, que se gastase esta hora en aderezar armas que en buscar
cuestiones.
CALISTO. Pues, descuelga, Pármeno, mis corazas y armaos vosotros, y así iremos a buen
recaudo.
SEMPRONIO. Señor, ninguna gente parece.
CALISTO. Pues andemos por esta calle, aunque se rodee alguna cosa, porque más
encubiertos vamos. Las doce ya, buena hora es. Párate tú, Pármeno, a ver si es venida aquella
señora por entre las puertas.
PÁRMENO. ¿Yo, señor? Nunca. Mejor será que tu presencia sea su primer encuentro. ¿Qué
te parece, Sempronio, cómo el necio de nuestro amo pensaba tomarme por broquel51 para el
encuentro del primer peligro? ¿Qué sé yo si hay alguna traición?
SEMPRONIO. Anda, no te penen a ti esas sospechas, aunque salgan verdaderas. Apercíbete;
a la primera voz que oyeres, tomar calzas de Villadiego52. Salido debe de haber Melibea.
Escucha, que hablan quedito.
* * *
CALISTO. ¡Ce, señora mía!
LUCRECIA. La voz de Calisto es ésta. ¿Quién habla? ¿Quién está fuera?
CALISTO. Aquel que viene a cumplir tu mandado.
MELIBEA. ¡Loca, habla paso! Mira bien si es él.
LUCRECIA. Allégate, señora, que sí es, que yo le conozco en la voz.
CALISTO. Cierto soy burlado; no era Melibea la que me habló. ¡Bullicio oigo; perdido soy!
MELIBEA. Vete, Lucrecia, acostar un poco. ¡Ce, señor! ¿Cómo es tu nombre?
CALISTO. No tema su merced de se descubrir a este cativo53de tu gentileza. Yo soy tu siervo
Calisto.
MELIBEA. La sobrada osadía de tus mensajes me ha forzado a haberte de hablar, señor
Calisto. No sé qué piensas más sacar de mi amor de lo que entonces te mostré. No quieras
LA CELESTINA
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poner mi fama en la balanza de las lenguas maldicientes.
CALISTO. ¡Oh malaventurado Calisto, o cuán burlado de tus sirvientes! ¡Oh engañosa mujer
Celestina! ¿A qué me mandaste aquí venir? ¿En quién hallaré yo fe?¿Adónde hay verdad?
¿Quién carece de engaño? ¿Quién es verdadero amigo?¿Quién osó darme tan cruda esperanza
de perdición?
MELIBEA. Cesen, señor mío, tus verdaderas querellas. Tú lloras de tristeza, juzgándome
cruel; yo lloro de placer, viéndote tan fiel. ¡Oh mi señor y mi bien todo! Limpia, señor, tus
ojos; ordena de mí a tu voluntad.
CALISTO. ¡Oh señora mía, esperanza de mi gloria, descanso y alivio de mi pena, alegría de
mi corazón! Pero, como soy cierto de tu limpieza de sangre y hechos, me estoy remirando si
soy yo Calisto, a quien tanto bien se le hace.
MELIBEA. Te suplico ordenes y dispongas de mi persona según quieras. Las puertas impiden
nuestro gozo, las cuales yo maldigo, y sus fuertes cerrojos y mis flacas fuerzas, que ni tú
estarías quejoso ni yo descontenta.
CALISTO. ¿Cómo, señora mía, y mandas que consienta a un palo impedir nuestro gozo? ¡Oh
molestas y enojosas puertas, permite que llame a mis criados para que las derriben.
MELIBEA. ¿Quieres, amor mío, perderme a mí y dañar mi fama? No sueltes las riendas a la
voluntad. La esperanza es cierta, el tiempo breve, cuanto tú ordenares. Y pues tú sientes tu
pena sencilla e yo la de entrambos, tú solo dolor, yo el tuyo y el mío, conténtate con venir
mañana a esta hora por las paredes de mi huerto. Que si agora quebrases las crueles puertas,
aunque al presente no fuésemos sentidos, amanecería en casa de mi padre terrible sospecha de
mi yerro. Y pues sabes que tanto mayor es el yerro cuanto mayor es el que yerra, en un punto
será por la ciudad publicado.
SEMPRONIO. (¡Enhoramala acá esta noche venimos! Aquí nos ha de amanecer [...]. Que,
aunque más la dicha nos ayude, nos han en tanto tiempo de sentir de su casa o vecinos.
PÁRMENO. Ya ha dos horas que te requiero que nos vamos, que no faltará un achaque.)
CALISTO. ¡Oh mi señora y mi bien todo! ¿Por qué llamas yerro aquello que por los santos de
Dios me fue concedido? Rezando hoy ante el altar de la Magdalena, me vino con tu mensaje
alegre aquella solícita mujer.
PÁRMENO. ¡Desvariar, Calisto, desvariar! Por fe tengo, hermano, que no es cristiano. Lo
que la vieja traidora con sus pestíferos hechizos ha rodeado y hecho, dice que los santos de
Dios se lo han concedido e impetrado. Y con esta confianza quiere quebrar las puertas; y no
habrá dado el primer golpe cuando sea sentido y tomado por los criados de su padre, que
duermen cerca.
SEMPRONIO. Ya no temas, Pármeno, que harto desviados estamos. En sintiendo bullicio el
buen huir nos ha de valer. Déjale hacer, que si mal hiciere, él lo pagará.
PÁRMENO. Huigamos la muerte, que somos mozos. ¡Oh si me vieses, hermano, cómo estoy,
placer habrías! A medio lado, abiertas las piernas, el pie izquierdo adelante puesto en huida,
las haldas en la cinta, la adarga54 arrollada y sobre el sobaco, porque no me empache. Creo
que huyese como un gamo, según el temor que tengo de estar aquí.
SEMPRONIO. Mejor estoy yo, que tengo liado el broquel y el espada con las correas, porque
no se me caigan al correr. ¡Escucha, escucha! ¿Oyes, Pármeno? ¡A malas andan; muertos
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somos!
PÁRMENO. Huye, huye, que corres poco.
SEMPRONIO. ¡Ce, Pármeno! Torna, torna callando, que no es sino la gente del alguacil, que
pasaba haciendo estruendo por la otra calle.
* * *
MELIBEA. Señor Calisto, ¿qué es eso que en la calle suena? Parecen voces de gente que van
en huida. Por Dios, mírate, que estás a peligro.
CALISTO. Señora, no temas, que a buen seguro vengo. Los míos deben de ser, que son unos
locos y desarman a cuantos pasan, y huiríales alguno.
MELIBEA. Mucho placer tengo que de tan fiel gente andas acompañado.
PÁRMENO. ¡Ce, ce, señor, quítate presto, que viene mucha gente con hachas y serás visto.
CALISTO. ¡Oh mezquino yo, y cómo es forzado, señora, partirme de ti! Mi venida será,
como ordenaste, por el huerto.
MELIBEA. Así sea, y vaya Dios contigo.
* * *
PLEBERIO. Señora mujer, ¿duermes? ¿No oyes bullicio en el retraimiento55 ?
ALISA. Si oigo.¡Melibea, Melibea!
PLEBERIO. ¿Quién da patadas y hace bullicio en tu cámara?
MELIBEA. Señor, Lucrecia es, que salió por un jarro de agua para mí, que había gran sed.
PLEBERIO. Duerme, hija, que pensé que era otra cosa.
MELIBEA. (Pues ¿qué harían, si mi cierta salida supiesen?).
* * *
(Calisto y sus criados regresan a casa)
PÁRMENO. ¿A dónde iremos, Sempronio?
SEMPRONIO. Quiero yo ir a Celestina a cobrar mi parte de la cadena.
PÁRMENO. Bien dices, olvidado lo había. Vamos entrambos.
* * *
CELESTINA. ¿Quién llama?
SEMPRONIO. Abre, que son tus hijos.
CELESTINA. No tengo yo hijos que anden a tal hora.
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SEMPRONIO. Ábrenos a Pármeno y a Sempronio.
CELESTINA. ¿Cómo venís a tal hora, que ya amanece? ¿Qué os ha pasado?
SEMPRONIO. Traigo, señora, todas las armas despedazadas, el broquel sin aro, la espada
como sierra... ¿Pues comprarlo de nuevo?
CELESTINA. Pídelo, hijo, a tu amo, pues en su servicio se gastó y quebró.
SEMPRONIO. ¿Cómo quieres que le sea tan importuno en pedirle más? Dionos las cient
monedas, dionos después la cadena...
CELESTINA. ¡Gracioso es el asno! ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que hacer tu
galardón con mi salario?
SEMPRONIO. Cuánto en los viejos reina este vicio de codicia. ¡Oh Dios, y cómo crece la
necesidad con la abundancia!
PÁRMENO. Déte lo que te prometió o tomémoselo todo.
SEMPRONIO. Dános las dos partes por cuenta de cuanto de Calisto has recibido, no quieras
que se descubra quién tú eres.
CELESTINA. ¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no
amengües56 mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi
oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente.
PÁRMENO. No me hinches las narices con esas memorias.
CELESTINA. ¡Elicia, Elicia! Levántate de esa cama. ¿Qué es esto, qué quieren decir tales
amenazas en mi casa? ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza? ¿Con una
gallina atada? ¿Con una vieja de sesenta años?
SEMPRONIO. ¡Oh, vieja avarienta, garganta muerta de sed por dinero! ¿No serás contenta
con la tercia parte de lo ganado?
CELESTINA. ¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no
allegue la vecindad.
ELICIA. Mete, por Dios, el espada. Tenle. Pármeno, tenle, no la mate ese desvariado.
CELESTINA. ¡Justicia, justicia, señores vecinos; justicia, que me matan en mi casa estos
rufianes!
SEMPRONIO. Esperad, doña hechicera, que yo te iré ir al infierno con cartas. (Mata a
Celestina)
CELESTINA. ¡Ay, que me ha muerto, ay, ay! ¡Confesión, confesión!
PÁRMENO. ¡Dale, dale; acábala, pues comenzaste! ¡Que nos sentirán! ¡Muera, muera; de los
enemigos los menos!
CELESTINA. ¡Confesión!
SEMPRONIO. ¡Huye, huye, Pármeno, que carga mucha gente! Saltemos de estas ventanas.
No muramos en poder de justicia.
PÁRMENO. Salta, que yo tras ti voy.
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ACTO XIII
(Calisto recibe la noticia de la muerte de sus criados, a manos de la justicia, por el asesinato
de Celestina)
SOSIA. ¡Señor, señor!
CALISTO. ¿Qué es eso, locos? ¿No os mandé que no me recordásedes57?
SOSIA. Recuerda y levanta. Sempronio y Pármeno quedan descabezados en la plaza, como
públicos malhechores, con pregones que manifestaban su delito.
CALISTO. ¡Oh válasme58 Dios! ¿Y qué es esto que me dices? No sé si crea tan acelerada59 y
triste nueva. ¿Vístelos tú?
SOSIA. Yo los vi.
CALISTO. Cata, mira qué dices, que esta noche han estado conmigo.
SOSIA. Pues madrugaron a morir.
CALISTO. ¡Oh mis leales criados! ¡Oh mis grandes servidores! ¡Oh mis fieles secretarios y
consejeros! ¿Puede ser tal cosa verdad? ¡Oh menguado Calisto! Deshonrado quedas para toda
tu vida. ¿Qué será de ti, muerto tal par de criados? ¿Cómo se llamaba el muerto?
SOSIA. Señor, una mujer era que se llamaba Celestina. De más de treinta estocadas la vi
llagada.
CALISTO. ¿Qué me dices?
SOSIA. Esto que oyes.
CALISTO. Pues yo bien siento mi honra. ¿Qué será de mí? ¿Adónde iré?
* * *
CALISTO. ¡Oh día de congoja! ¡Oh fuerte tribulación; y en que anda mi hacienda de mano en
mano y mi nombre de lengua en lengua! ¡Oh pecadores de mancebos, padecer por tan súbito
desastre! ¡Oh mi gozo cómo te vas disminuyendo! ¡Oh fortuna, cuánto y por cuántas partes
me has combatido! Ellos eran sobrados60 y esforzados; agora o en otro tiempo pagar habían.
La vieja era mala y falsa. Permisión fue divina que así acabase. Sosia y Tristanico irán
conmigo este tan esperado camino. Llevarán escalas, que son muy altas las paredes. Mañana
haré que vengo de fuera o me fingiré loco, por mejor gozar de este sabroso deleite de mis
amores.
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ACTO XIV
(Entrega amorosa de Melibea)
MELIBEA. Mucho se tarda aquel caballero que esperamos. ¿Qué crees tú, Lucrecia?
LUCRECIA. Señora, que tiene justo impedimento y que no es en su mano venir más presto.
MELIBEA. Los ángeles sean en su guarda, su persona esté sin peligro, pienso muchas cosas
que desde su casa acá le podrían acaecer... Mas oye, que pasos suenan en la calle
* * *
SOSIA. Arrima esa escala, Tristán, que éste es el mejor lugar, aunque alto.
TRISTÁN. Sube, señor. Yo iré contigo.
CALISTO. Quedaos, locos, que yo entraré solo, que a mi señora oigo.
* * *
MELIBEA. Es tu sierva, es tu cativa, es la que más tu vida que la suya estima. ¡Oh mi señor,
no saltes de tan alto, que me moriré en verlo; baja, baja poco a poco por el escala; no vengas
con tanta presura!
CALISTO. ¡Oh angélica imagen; oh preciosa perla ante quien el mundo es feo; oh mi señora
y mi gloria! En mis brazos te tengo y no lo creo.
MELIBEA. Señor mío, pues me fío en tus manos; no quieras perderme por tan breve deleite
en tan poco espacio. Guarte61, señor, de dañar lo que con todos tesoros del mundo no se
restaura.
CALISTO. No me pidas, señora, tal cobardía. Nadando por este fuego de tu deseo toda mi
vida, ¿no quieres que me arrime al dulce puerto a descansar de mis pasados trabajos?
MELIBEA. Por mi vida, que aunque hable tu lengua cuanto quisiere, no obren las manos
cuanto pueden. Está quedo, señor mío. Bástete, pues ya soy tuya, gozar de lo exterior, no me
quieras robar el mayor don que la natura me ha dado.
CALISTO. ¿Para qué, señora? ¿Para que no esté queda mi pasión? Perdona, señora, a mis
desvergonzadas manos, que jamás pensaron de tocar tu ropa con su indignidad y poco
merecer; agora gozan de llegar a tu gentil cuerpo y lindas y delicadas carnes.
MELIBEA. Apártate allá, Lucrecia.
CALISTO. ¿Por qué, mi señora? Bien me huelgo que estén semejantes testigos de mi gloria62.
MELIBEA. Yo no los quiero de mi yerro.
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* * *
MELIBEA. ¡Oh mi vida y mi señor! ¿Cómo has querido que pierda el nombre y corona de
virgen por tan breve deleite? ¡Oh pecadora de ti, mi madre, si de tal cosa fueses sabidora! ¡Oh
mi padre honrado, cómo he dañado tu fama! ¡Oh traidora de mi, cómo no miré primero el
gran yerro que se seguía de tu entrada, el gran peligro que esperaba!
* * *
CALISTO. Ya quiere amanecer. ¿Qué es esto? No me parece que ha una hora que estamos
aquí, y da el reloj las tres.
MELIBEA. Señor, por Dios, pues ya soy tu dueña, no me niegues tu vista de día, pasando por
mi puerta; de noche donde tú ordenares. Y más las noches que ordenares, sea tu venida por
este secreto lugar a la misma hora.
ACTO XV
(Comienza el Tratado de Centurio -del XV al XVIII, y principio del XIX-. Elicia y Areúsa
piensan vengar la muerte de sus amantes).
ELICIA. ¿Qué vocear es este de mi prima? Si ha sabido las tristes nuevas que yo le traigo,
llore, llore, vierta lágrimas, pues no se hallan tales hombres a cada rincón.
AREÚSA. (A Centurio) Vete de mi casa, rufián, bellaco, mentiroso, burlador, que me traes
engañada, boba, con tus ofertas vanas.
CENTURIO. Hermana mía, mándame tú matar con diez hombres por tu servicio, y no que
ande una legua de camino a pie.
AREÚSA. Tres veces te he librado de la justicia63, cuatro desempeñado en los tableros64. ¿Qué
tiene bueno? Los cabellos crespos65 , la cara acuchillada, dos veces azotado, manco de la
mano de la espada, treinta mujeres en la putería... No te vea yo más.
* * *
ELICIA. ¡Oh Calisto y Melibea, causadores de tantas muertes! ¡Mal fin hayan vuestros
amores, en mal sabor se conviertan vuestros dulces placeres!
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AREÚSA. Calla, por Dios, hermana, pon silencio a tus quejas, ataja tus lágrimas, limpia tus
ojos, torna sobre tu vida. Que cuando una puerta se cierra, otra suele abrir la fortuna.
ELICIA. Y de los que más dolor siento es ver aquel vil de poco sentimiento festejando cada
noche a su estiércol de Melibea, y ella muy ufana en ver sangre vertida por su servicio.
AREÚSA. Si eso es verdad, ¿de quién mejor se puede tomar venganza? Hermana, dime tú de
quién pueda yo saber el negocio cómo pasa, que yo le haré armar un lazo con que Melibea
llore cuanto agora goza.
ELICIA. Yo conozco, amiga, otro compañero de Pármeno, mozo de caballos, que se llama
Sosia, que le acompaña cada noche. Quiero trabajar de se lo sacar todo el secreto.
AREÚSA. Hazme este placer, que me envíes acá ese Sosia. Yo le halagaré y diré mil lisonjas
y ofrecimientos hasta que no le deje en el cuerpo cosa de lo hecho y por hacer. Después a él y
a su amo haré revesar el placer comido. ¡Ay, prima, cómo sé yo, cuando me ensaño, revolver
estas tramas, aunque soy moza! Y de ál66 me vengue Dios, que de Calisto, Centurio me
vengará.
ACTO XVI
(Casa de Melibea; sus padres piensan casarla)
PLEBERIO. Alisa, amiga, el tiempo, según me parece, se nos va, como dicen, de entre las
manos. Corren los días como agua del río. No hay cosa tan ligera para huir como la vida. La
muerte nos sigue y rodea, de la cual somos vecinos y hacia su bandera67 nos acostamos, según
natura. Y pues somos inciertos cuándo habemos de ser llamados, debemos echar nuestras
barbas en remojo y aparejar nuestros fardeles68 para andar este forzoso camino. Demos
nuestra hacienda a dulce sucesor, acompañemos nuestra única hija con marido, cual nuestro
estado requiere.
ALISA. No sobrarán muchos que la merezcan. Sea como tú lo ordenares, seré yo alegre y
nuestra hija obedecerá, según su casto vivir y honesta vida y humildad.
* * *
LUCRECIA. Llégate acá, señora, oirás a tus padres la priesa que traen por te casar.
MELIBEA. Calla, por Dios, que te oirán. Déjalos parlar, déjalos devaneen. Un mes ha que
otra cosa no hacen ni en otra cosa entienden. No parece sino que les dice el corazón el gran
amor que a Calisto tengo, y todo lo que con él, un mes ha, he pasado. No sé si me han sentido,
no sé qué sea aquejarles más agora este cuidado que nunca. Pues mándoles yo trabajar en
vano, que por demás es la cítola en el molino69 . ¿Quién es el que me ha de quitar mi gloria?
¿Quién apartarme mis placeres? Calisto es mi ánima, mi vida, mi señor, en quien yo tengo
toda mi esperanza. Conozco de él que no vivo engañada. Pues él me ama, ¿con qué otra cosa
le puedo pagar?[...] El amor no admite sino sólo amor por paga. En pensar en él me alegro, en
verlo me gozo, en oírlo me glorifico. Haga y ordene de mí a su voluntad. Si pasar quiere la
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mar, con él iré; si rodear el mundo, lléveme consigo; si venderme en tierra de enemigos, no
rehuiré su querer. Déjenme mis padres gozar de él, si ellos quieren gozar de mí. No piensen
en estas vanidades ni en estos casamientos; que más vale ser buena amiga que mal casada.
Déjenme gozar mi mocedad alegre, si quieren gozar su vejez cansada; si no, presto podrán
aparejar mi perdición y su sepultura. No tengo otra lástima sino por el tiempo que perdí de no
gozarlo, de no conocerlo. No quiero marido, no quiero ensuciar los ñudos70 del matrimonio, ni
las maritales pisadas de ajeno hombre repisar, como muchas hallo en los antiguos libros que
leí o que hicieron más discretas que yo, más subidas en estado y linaje [...]. ¡Afuera, afuera la
ingratitud, afuera las lisonjas y el engaño con tan verdadero amador, que ni quiero marido, ni
quiero padre, ni parientes! Faltándome Calisto, me falte la vida, la cual, porque él de mí goce,
me place.
LUCRECIA.-Calla, señora, que todavía perseveran.
* * *
PLEBERIO. Pues, ¿qué te parece, señora mujer? ¿Debemos hablarlo a nuestra hija, debemos
darle parte de tantos como me la piden, para que diga cuál le agrada?
ALISA. ¿Y piensas que sabe ella qué cosa sean hombres? ¿Si se casan o qué es casar? ¿O que
del ayuntamiento de marido y mujer se procreen los hijos? Que yo sé bien lo que tengo criado
en mi guardada hija.
MELIBEA. Lucrecia, Lucrecia, corre presto, interrúmpeles sus alabanzas, si no quieres que
vaya yo dando voces como loca, según estoy enojada del concepto engañoso que tienen de mi
ignorancia.
ACTO XVII
(Areúsa se gana a Sosia)
AREÚSA. ¿Es mi Sosia, mi secreto amigo? ¿El que yo me quiero bien sin que él lo sepa? ¿El
que deseo conocer por su buena fama? ¿El fiel a su amo? ¿El buen amigo de sus compañeros?
Abrazarte quiero.
SOSIA. Señora, la fama de tu gentileza, de tus gracias y saber, vuela tan alto por esta ciudad,
que no debes tener en mucho ser de más conocida que conociente, porque ninguno habla en
loor de hermosas que primero no se acuerde de ti que de cuantas son.
ELICIA. (¡Oh hideputa el pelón71 y cómo se desasna!).
AREÚSA. Pues por mi vida, amor mío, porque yo los acuse (los amores de Calisto y
Melibea), me dejes en la memoria los días que habéis concertado de salir.
SOSIA. Para esta noche, en dando el reloj las doce, está hecho el concierto de su visitación
por el huerto.
AREÚSA. ¿Y por qué parte, alma mía?
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SOSIA. Por la calle del vicario gordo, a las espaldas de su casa. Queden los ángeles contigo.
* * *
AREÚSA. ¡Allá irás, acemilero! Pues prima, aprende, que otra arte es ésta que la de
Celestina, aunque ella me tenía por boba. Debemos ir a casa de aquel otro cara de ahorcado
(Centurio).
ACTO XVIII
(Areúsa pide a Centurio que se vengue. Centurio finge aceptar)
CENTURIO. Mándame tú, señora, cosa que yo sepa hacer, cosa que sea de mi oficio. Un
desafío con tres juntos, y si más vinieren, que no huya, por tu amor. Matar un hombre, cortar
una pierna o brazo, arpar el gesto72 de alguna cosa que se haya igualado contigo.
AREÚSA. Pues aquí te tengo, a tiempo somos; yo te perdono con condición que me vengues
de un caballero, que se llama Calisto, que nos ha enojado a mí y a mi prima.
CENTURIO. Enviémosle al infierno sin confesión.
AREÚSA. Esta noche lo tomarás.
CENTURIO. No me digas más, al cabo estoy.
ELICIA. No pase, por Dios, adelante; déle palos, por que quede castigado y no muerto.
CENTURIO. Juro por el cuerpo santo de la letanía no es más en mi brazo derecho dar palos
sin matar que en el sol dejar de dar vueltas el cielo.
AREÚSA. Hermana, no seamos nosotras lastimeras; haga lo que quisiere, mátele como se le
antojare. Llore Melibea como tú has dicho. Dejémosle.
* * *
CENTURIO. ¡Allá irán estas putas atestadas de razones! Agora quiero pensar cómo me
excusaré de lo prometido. Quiero enviar a llamar a Traso el cojo, y a sus dos compañeros, y
decirles que porque estoy ocupado esta noche en otro negocio, vaya a dar un repiquete de
broquel73 ; todo esto es pasos seguros y no conseguirán ningún daño, mas de hacerlos huir y
volverse a dormir.
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ACTO XIX
(Muerte de Calisto)
CALISTO. Poned, mozos, el escala; y callad, que me parece que está hablando mi señora de
dentro.
* * *
MELIBEA. Canta más, por mi vida, Lucrecia, que me huelgo en oírte, mientra viene aquel
señor.
LUCRECIA. "¡Oh quién fuese la hortelana
de aquestas viciosas74 flores,
por prender cada mañana,
al partir, a tus amores!"
MELIBEA. ¡Oh cuán dulce me es oírte! De gozo me deshago. No cese, por mi amor.
LUCRECIA. "Alegre es la fuente clara
a quien con gran sed la vea;
mas muy más dulce es la cara
de Calisto a Melibea."
MELIBEA. Óyeme, tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola.
"Papagayos, ruiseñores,
que cantáis al alborada,
llevad nueva a mis amores,
cómo espero aquí asentada".
* * *
CALISTO. Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto. ¡Oh mi señora y mi bien todo!
MELIBEA. ¿Es mi señor de mi alma? ¿Es él? No lo puedo creer. Todo se goza este huerto
con su venida. Lucrecia, ¿Tornaste loca de placer? Déjamele, no me le despedaces, no le
trabajes sus miembros con tus pesados abrazos. Déjame gozar lo que es mío, no me ocupes mi
placer. Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía y buena crianza, ¿cómo mandas a mi
lengua hablar y no a tus manos que estén quedas? Mándalas estar sosegadas, tus deshonestas
manos me fatigan cuando pasan de la razón, deja estar mis ropas en su lugar.
CALISTO. Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.
MELIBEA. ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación75?
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CALISTO. No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y belleza en mi poder. Jamás
querría, señora, que amaneciese.
MELIBEA. Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu
visitación incomparable merced.
* * *
SOSIA. ¿Así bellacos, rufianes, veníades a asombrar a los que no os temen? Pues yo os juro
que si esperáredes, que yo os hiciera ir como merecíades.
* * *
CALISTO. Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a valerle, no le maten, que no está
sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de tí.
MELIBEA. ¡Oh triste de mi ventura! No vayas sin tus corazas, tórnate a armar.
CALISTO. Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen corazas y capacete y
cobardía. Déjame, por Dios, señora, que puesta está el escala.
* * *
MELIBEA. ¡Oh desdichada yo! ¿Y cómo vas tan recio y con tanta priesa y desarmado a
meterte entre quien no conoces? Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido.
Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá.
* * *
TRISTÁN. Tente, señor, no bajes, que idos son; que no eran sino Traso el cojo y otros
bellacos, que pasaban voceando. Que se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos al
escala.
CALISTO. ¡Oh, válame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN. Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído del escala y no habla ni
se bulle.
¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor y nuestra honra, despeñado! ¡Oh triste
muerte y sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del
desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!
* * *
MELIBEA. ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas
paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y placer, todo
es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumiose mi gloria!
¡Oh la más de las tristes, triste! ¡Tan poco tiempo poseído el placer, tan presto venido
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el dolor! ¡Muerta llevan mi alegría! ¡No es tiempo de yo vivir! ¿Cómo no gocé más del gozo?
ACTO XX
(Muerte de Melibea)
PLEBERIO. ¿Qué quieres Lucrecia? ¿Qué quieres tan presurosa?
LUCRECIA. Señor, apresúrate mucho, si la quieres ver viva, que ni su mal conozco de fuerte
ni a ella ya de desfigurada.
PLEBERIO. Vamos presto, anda allá, entra adelante, alza esa antepuerta y abre bien esa
ventana. ¿Qué es esto, hija mía? ¿Qué dolor y sentimiento es el tuyo? ¿Qué novedad es ésta?
Mírame, que soy tu padre. Háblame, por Dios, cuéntame la causa de tu arrebatada pena. Abre
esos alegres ojos y mírame.
MELIBEA. ¡Ay dolor!
PLEBERIO. Levántate de ahí. Vamos a ver los frescos aires de la ribera, descansará tu pena.
MELIBEA. Vamos donde mandares. Subamos, señor, al azotea, porque desde allí goce de la
deleitosa vista de los navíos.
* * *
MELIBEA. Lucrecia, amiga mía, ya me pesa por dejar la compañía de mi padre. Baja a él y
dile que se pare al pie de esta torre, que le quiero decir una palabra que se me olvidó que
hablase a mi madre.
LUCRECIA. Ya voy, señora.
* * *
MELIBEA. De todos soy dejada. Bien se ha aderezado la manera de mi morir. Algún alivio
siento en ver que tan presto seremos juntos yo y aquel mi querido y amado Calisto. Quiero
cerrar la puerta, porque ninguno suba a me estorbar mi muerte [...]
* * *
PLEBERIO. Hija mía Melibea, ¿quieres que suba allá?
MELIBEA. Padre mío, si me escuchas sin lágrimas, oirás la causa desesperada de mi forzada
y alegre partida... Muchos días son pasados, padre mío, que penaba por mi amor un caballero,
que se llamaba Calisto, de claro linaje, que descubrió su pena de amor a una astuta y sagaz
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mujer, que llaman Celestina. La cual, venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho.
Descubrí a ella lo que a mi querida madre encubría. Vencida de su amor, dile entrada en tu
casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito. Perdí mi
virginidad; del cual deleitoso yerro gozamos casi un mes... ¡Oh padre mío muy amado!
Salúdame a mi amada madre; sepa de ti largamente la triste razón porque muero. Dios quede
contigo y con ella. A Él ofrezco mi alma. Pon tú en cobro este cuerpo que allá baja. (Se tira de
la torre).
ACTO XXI
("Planto" o lamento de Pleberio)
PLEBERIO. ¡Oh duro corazón de padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu
amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres; para quién adquirí honras; para quién planté
árboles; para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura!, ¿Cómo me sostienes? ¿Adónde hallará
abrigo mi desconsolada vejez? ¡Oh fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales
bienes![...]; ¿por qué no destruiste mi patrimonio?[...]
¡Oh amor, amor, que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos!
¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses,
amarías a tus sirvientes; si los amases, no les darías pena. Dulce nombre te dieron; amargos
hechos haces. Ciego te pintan, pobre y mozo. Pónente un arco en la mano, con que tires a
tiento; más ciegos son tus ministros, que jamás sienten ni ven el desabrido galardón que sacan
de tu servicio.
Del mundo me quejo, porque en sí me crió; porque no me dando vida, no engendrara
en él a Melibea; no nacida, no amara; no amando, cesara mi quejosa y desconsolada
postrimería. ¡Oh mi compañera buena, oh mi hija despedazada!¿Por qué no quisiste que
estorbase tu muerte? ¿Por qué no hobiste76 lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te
mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste, cuando yo te había de dejar? ¿Por
qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo ‘in hac lacrimarum valle’77 ?
1 "Natura": es un cultismo, significa ‘naturaleza’. Otro cultismo es "Inmérito": ‘indigno’. Nótese más adelante
que todos los personajes, no solo Calisto o Melibea, según el momento y conveniencia, utilizan el lenguaje culto
o popular.
2 "Ternía": tendría
3 "Galardón": recompensa, entrega amorosa
4 Nótese que Melibea califica al amor de Calisto como "ilícito", es decir no permitido.
5 "Curando" : cuidando
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6 "Coxqueas": cojeas
7 Figuran entre paréntesis los "apartes" teatrales de los personajes, dichos para sí o para el público, se supone
que no lo oyen los demás, son como una exteriorización de sus pensamientos secretos.
8 "Cativa": cautiva.
9 "Labrios": labios, "grosezuelos": carnosos, pasionales.
10 "Deesas": diosas. Paris tuvo que elegir entre las tres Gracias (Juno, Minerva, Venus), se decidió por Venus.
11 "Do": donde.
12 "Brocado": tejido de seda muy caro, con oro y plata.
13 "Aguijones": estímulos, recompensas
14 "Traérgela": traérsela
15 "Cátale": mírale
16 "Alcoholada": de pelo teñido con alcohol, y también llena de vino.
17 "Tenerías": curtidurías, donde se curten y trabajan las pieles.
18 "Labrandera": que hace labores de aguja.
19 "Afeites". Cosméticos.
20 "Virgos": hacer pasar por vírgenes a las mujeres que no lo eran.
21 "Alcahueta": que concierta o facilita una relación amorosa.
22 "Landrecilla": de landre, tumor, bulto molesto.
23 "Insipiente": incipiente, inexperto.
1 "Bellaquillo": de bellaco, pícaro, astuto, ruin.
2 "Tremo": tiemblo.
3 "Aína": fácilmente, más pronto
4 "Dádiva": regalo
5 "Dos tanto": el doble
6 "Y luego": pronto
7 "Allende": además.
8 "Neblí" ave de rapiña, empleada para la caza.
9 "Trotaconventos": era uno de los nombres con que se conocían a las viejas dedicadas a este oficio de mediar
entre los amantes.
10 "Emplumada": castigo que se daba a las brujas y hechiceras untándoselas de miel y recubriéndolas con
plumas, en vista de que decían que "volaban".
11
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12 "Porná": pondrá.
13 "¡Nunca más perro a molino!": frase popular para indicar que se ha escarmentado.
14 "Plutón": en la mitología, dios de los infiernos, luego pasó a ser el demonio. Se cita en los conjuros o
hechicerías.
15 "Montes étnicos": del Etna, volcán de Sicilia.
16 "Arpía": ave fabulosa con rostro de mujer y cuerpo de ave de rapiña.
17 "Nocturna ave": murciélago.
18 "Haldeando: andando deprisa, con gran movimiento y ruido de faldas.
19 "Reja": parte del arado. Se refiere a dar poco para sacar mucho.
20 "Ruda": planta medicinal.
21 "Empicotaron": pusieron en la picota, columna de piedra, en las plazas, para vergüenza pública.
22 Solimán": cosmético a base de mercurio, con propiedades desinfectantes.
23 "Lapidaria": que conoce las propiedades mágicas de las piedras preciosas.
24 "Verná": vendrá.
25 "Clara": noble, ilustre. Puede referirse a que es cristiano viejo, no "converso".
26 "Santa Apolonia": se dice que curaba el mal de muelas.
27 "Cordón": ceñidor, propio de algunos hábitos religiosos, signo de castidad y penitencia.
28 "Luego": pronto.
29 "Una lejía con que pares esos cabellos": un tinte con que tiñas...
30 "Virgos": himen, repliegue membranoso de la vagina mientras mantiene su virginidad.
31 "Aguijando": acelerando el paso con prisa para sacar algún provecho.
32 "Hijo o hija": Si son buenas o malas noticias.
33 "Dueña": señora, dama importante.
34 "Al tablero": Ha expuesto su vida y se ha aventurado como en un tablero de juego, como en el ajedrez, que
representa un campo de batalla.
35 "Zahareñas": desdeñosas, ásperas.
36 "Atajasolaces": espantagustos.
37 "Achaque de iglesia": poco sabes de estas cosas, se refiere al oficio de bruja.
38 "Serena": sirena, con medio cuerpo fuera de la cama.
39 "Madre": matriz.. Se refiere al dolor de la menstruación.
40 "El perro del hortelano": dice el refrán que ‘ni come ni deja comer’.
41 "Hacerle ruindad": serle infiel.
42 "Empacho": que me muero de vergüenza.
43 "Febo": dios del Sol.
44 "Cabe": cerca de, junto a.
45 "Para" : mantiene.
46 "Revesar": vomitar.
47 "Por ende": por tanto.
48 "Cativó": cautivó, atrajo, conquistó.
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49 "Empacho": vergüenza, turbación.
50 "Paso": sigilosamente.
51 "Broquel": escudo.
52 "Calzas de Villadiego": huir de un riesgo.
53 "Cativo": cautivo.
54 "Adarga": escudo de cuero, pequeño.
55 "Retraimiento": Habitación interior y retirada, dormitorio.
56 "Amengües": Deshonres.
57 "Recordásedes": despertaseis (recordar=despertar).
58 "Válasme". Válgame.
59 "Acelerada": repentina.
60 "Sobrados": atrevidos.
61 "Guarte": guárdate.
62"Lo que para Calisto es "gloria" (placer, felicidad), para Melibea es "yerro" (falta, equivocación).
63 "Librado de la justicia": los condenados eran perdonados si se casaban con una prostituta.
64 "Tableros": mesas de juego.
65 "Crespos": ensortijados o rizados de forma natural.
66 "Ál": Otra cosa.
67 "Bandera": lado.
68 "Fardeles": sacos para el viaje.
69 "Cítola": madera que golpea la piedra del molino y hace ruido.
70 "Ñudos": nudos.
71 "Pelón": pobre, infeliz.
72 "Arpar el gesto": arañar la cara, herir.
73 "Repiquete de broquel": hacer ruido dando con las espadas en los escudos simulando una lucha.
74 "Viciosas": amenas.
75 "Colación": dulces, pastas y a veces fiambres con que se obsequia a un huésped o invitado.
76"Hobiste": tuviste. Se usa el verbo ‘haber’ con valor de ‘tener’.
77 "In hac lacrimarum valle": ‘En este valle de lágrimas’.

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